viernes, setiembre 02, 2005

9.
Soñé que era setiembre y estaba otra vez en la universidad. Estaba sentado en una banca frente al campus, cerca de la facultad donde estudio. Leía un libro que leí en la época que salí del colegio: American Spycho. Estaba leyendo ese libro abrigado con una chompa negra, un polo también negro, jean y bufanda. El viento corría en dirección opuesta a mí y desordenaba mi pelo. Se me hacía difícil leer. Alrededor mío solo transitaba gente a la que no le interesaba nada en lo absoluto, y estaban allí circunstancialmente. Todos conversaban y parecían felices, tenían expresiones horribles en el rostro. De pronto salió un sol transparente y amarillo que puso el cielo azul y calentó nuestras cabezas, aún teniendo el cuerpo frío debido al invierno. Lo malo del sueño era que no pasaba nada, que continuaba intentando leer mientras esperaba alguna clase, sentado en el patio de la facultad, frente al campus. Y la gente avanzaba, todos parecían muy seguros de saber lo que estaban haciendo allí. Nadie parecía estar fuera de lugar. De pronto esa sensación remota, parecida a una sensación que no tenía hace tiempo, esa sensación de estar siendo observado...
Mario se despierta y lo primero que hace es estirar su brazo en dirección a su mesa de noche, abrir un cajón y sacar una pipa. Cuando se ha sentado y a prendido la televisión, busca debajo de su cama la caja de un rompecabezas de más de 10 000 piezas, lo abre y busca moños de marihuana. Encuentra dos. Los deshace, los coloca en la pipa y se los fuma. Cuando su habitación se ha llenado de humo, decide abrir la ventana y mirar la calle con dureza (se ven sobretodo árboles, techos sucios que son casas y más edificios, hay un parque cerca) el cielo gris de Lima, esa mañana más oscuro de lo habitual.
Mario prende un incienso.
¿Por qué soñó con ella?
Atraviesa la sala, llega al comedor-cocina sin dificultad, y se prepara un pan con jamón y queso. Hacía mucho tiempo que no pensaba en la chica de rulitos. Más de un mes que no tenía noticias de ella. Cuando las personas se separan es así. Uno siente que ha perdido contacto, pero quedan aquellos recuerdos que torturan la mente, que son como fantasmas que caminan por tu casa y tocan tus cosas.
Después de comer se dirige a la sala, y allí se sienta en el sofá. Se echa. Prende la televisión y el DVD. Droguerto le prestó un concierto de Los Abuelos de la Nada en Luna Park 1982, decide verlo. Durante la canción “No te enamores nunca de aquel marinero Bengalí” sube al escenario aquel físico culturista negro. Luego de un rato se pone a hacer pesas. La cosa empieza a volverse desquiciada. La cámara lo capta bien. Sus músculos son tensos y brillan aún a contraluz. En otra canción, más adelante, sale lo que parece ser un Drag Queen escupiendo fuego (o quizá sea una vieja de circo, no se entiende bien). Luego, Calamaro saca una pistola de juguete y la hace sonar por el micrófono diciendo: ¡mamá! ¿adónde vamos? ¡mamá!... ¡mamá!... Droguerto dice que Calamaro allí tiene entre 23 y 24 años.
Mario camina dando pasos cortos. Contempla lo que se puede ver de la ciudad por la ventana del departamento donde vive. Algunas casas y edificios siguen llevando la bandera peruana a pesar de que ya empezó agosto. Finalmente piensa en el sueño que tuvo, en el que vio a la chica de rulitos en el quinto piso de su facultad. Tanto tiempo sin tener noticias de ella y ahora esto. Un estúpido sueño. Y le gustaría tanto haber soñado con cualquier otra. Pero uno no elige los sueños, ni el orden en que están almacenados los recuerdos.
- Aló -cuando contesta suena desgastado.
- Mario.
Reconoce aquella voz. Es Carolina. Se sienta en el sillón. El DVD de Los Abuelos de la Nada ha terminado y la pantalla del televisor luce azul. Mira el reloj con forma de gato colgado en la pared de su sala y se da cuenta de que ha dormido más de tres horas. Mario le pregunta cómo le ha ido y Carolina dice:
- Sobreviviendo. -Pero luego se rectifica, cambia el tono de su voz y dice- Bien, me va muy bien.
- OK.
Mario se siente muy mal por todo esto. Se levanta del sillón con dificultad. Sostiene el inalámbrico con ambas manos y camina hasta quedar parado frente a su ventana.
- Quería saber si podíamos vernos uno de estos días. Ya sabes, como amigos.
- ¿Cuándo?
Hay una pausa que se prolonga. Mario siente un sabor amargo en la boca.
- ¿Puede ser mañana?
- Mañana, claro...
Siente que una acidez asciende por su esófago. Se apresura al baño y cierra la puerta. Se arrodilla frente al escusado. Sigue con el teléfono en la mano, intenta vomitar pero no puede.
- ¿Y tu novio? -pregunta, entre frases sin sentido de Carolina.
- Trabajando.
Las ganas de vomitar desaparecen.
- ¿Dónde trabaja?
- En Plaza Vea...vestido de amarillo.
- Ya.
Después de unos minutos.
- Creo que tengo ganas de vomitar.
- ¿En serio?
- Sí, estoy arrodillado frente al water.
- Vaya, te he llamado en mal momento.
- No, no te preocupes.
- ¿Y por qué no vomitas?
- Ya pasó.
Después de un rato:
- Mario, quiero salir contigo pero me da miedo lo que pueda pasar.
- ¿Por qué?
- Quiero que seas mi amigo.
- Soy tu amigo.
- Sí, pero... no quiero seguir haciéndole esto a Renato.
- Tú nunca lo ves.
- Sí lo veo, es sólo que, la relación que tengo con él es rara.
Pausa.
Mario dice:
- Si tú lo abandonas, yo te abandonaría.
- QUÉ.
- Ya sabes. No tendría gracia.
- De qué hablas.
Mario empieza a lamentarse:
- Sí, ya sé que no entiendes, yo tampoco lo entiendo. Mierda, no sé qué cosas digo.
Y en seguida:
- ¿Qué pasó el jueves?
- Lo siento, de verdad no sé. Me he sentido muy mal desde entonces...
Carolina enmudece.
- Estuvo bien -dice Mario.
Pausa.
En seguida, Carolina:
- No sé qué te pasa hoy.
Mario apoya un codo en el borde del escusado y cierra los ojos.
- Es cierto, no me siento muy bien hoy. Será mejor que nos veamos otro día.
Cuando han cortado comunicación, las nauseas regresan y Mario vomita el yogur de esta mañana, el pan con jamón y queso y la ensalada de frutas de anoche.